La imagen da verdaderamente asco, pero cuando encontré este cuento en una web de escritores, d verdad, me pareció ideal. El escritor llevaba pseudónio, xo la imagen es de Rajeev Doshi, y puede verse en www.raph.com/3dartists

<<Abro los ojos lentamente. Me cuesta una eternidad. Por fin logro vislumbrar algo.

Soy un chico, eso lo sé desde el principio; sé que me quedan aún dos o tres meses para estar completo; sé que tengo hambre. Hasta ahora, siempre que tenía hambre, simplemente cogía lo que quería de mi madre. ¿Qué ha pasado?

Está todo oscuro. No veo nada. Estoy encogido, con las rodillas cerca de la barbilla y las manos muy cerca de la boca. Siento que soy ligero. Intento moverme, pero noto con sorpresa que a mis piernas les cuesta obedecerme; es más, desde hace un rato, algo me molesta. No; molestar es una palabra muy suave. Algo me hace daño. Duele. Mucho.

Por primera vez, conozco el dolor. Y es agudo, insoportable, lo odio, lo detesto. Algo me está resquebrajando el cuello. Chillaría, pero no puedo. Primero, me cuesta moverme, no estoy completado, no estoy listo para abrir la boca; Segundo, lo que sea que tenga en el cuello me dejaría sin voz incluso antes de mover mis labios pequeños aunque ya formados.

Muevo mis manos ligeramente, y noto presión. Si me muevo, algo me aprieta más. Las coloco finalmente a la altura de mi cuello. Es delgado, muy largo, viscoso, de carne. Lo reconozco: he estado alimentándome de él desde que llegué al cuerpo de mi madre. He cogido todo lo que necesitaba gracias a él. El cordón umbilical, de alguna manera, se ha enroscado alrededor de mi gordo cuello, y me está apretando. Duele. Muchísimo. Siento ganas de gritar de nuevo, de chillar, de ordenarle a mi madre que me quite esa cuerda pegajosa de mi suave cuello. Pero estoy dentro de mi madre, y ella no controla esos órganos. Y mientras tanto mis pequeños pulmones me imploran a gritos oxígeno, mi diminuto corazón late más deprisa, quiero luchar contra eso, pero no puedo. Noto que puedo colocar mis manos sobre el cordón. ¡Podría retirarlo! si tuviera la más mínima fuerza, cosa que pierdo por segundos. Hago un esfuerzo y mis pequeños y rechonchos dedos se agarran al cordón. Resbala. Me da asco. Pero mayor es el dolor que me produce ese lazo que quiere acabar con mi vida. Cierro mis manos alrededor de la soga e intento tirar.

<<¿Estás seguro?>>

Esa voz no es mía; yo aún no tengo voz. No puedo ni siquiera decir que la he oído. Ha sonado como dentro de la placenta, y a la vez fuera de ella. No sabría decir de dónde venía. Ahora no sólo conozco el dolor; ahora sé lo que es el miedo. Miedo a morir, miedo porque no sé de dónde viene esa voz melodiosa y dulce como el silencio.

Dejo de hacer tanta presión sobre el cordón que me rodea el cuello, e inmediatamente siento que la soga se cierra aún más sobre mí. Mis labios se entreabren en un ahogado grito de dolor.

Entonces, no delante de mí, con mis ojos, sino en mi cabeza, logro ver mi vida.

Mi padre es zapatero; es de los antiguos, le gusta hacer los zapatos a mano. Me manda a jugar desnudo en el barro porque tiene la teoría de que los niños al aire libre crecen más sanos. Me da vueltas por los aires. Pero cuando le pido que me compre algo, le salen lágrimas de los ojos. ¿Porqué?

Mi madre no me quiere; me odia. No se le nota, pero lo sé. Me rechaza, me da el pecho de mala gana, sin mirarme. Me envía con mi padre. Cuando voy con ella, me dice de irme a otro sitio. Sus sonrisas son veneno, sus miradas lanzan fuego. Finge bien, pero sé que me odia por haber nacido. Que jamás me querrá. No me quería al principio, no me quiere ahora, no me querrá jamás. Y yo no dejo de mirar su pelo negro y largo, que brilla como el agua, de mirar su cara, y veo que cuando ella me mira, me mira con odio. Me sonríe, y desea que me largue de su vista.

No voy a la escuela. No hay donde yo he nacido. Mi padre no sabe leer, no sabe escribir. Lo único que sabe hacer son zapatos. Y nadie le compra. La gente del pueblo donde vivimos me hace regalos. Me siento culpable, como si yo fuera el causante de nuestra pobreza. ¡No lo soy! ¿Porqué me siento así?

Veo mi adolescencia pasar. Con el tiempo, me gusta la caza. Matar seres vivos, que ahora mismo me parece un pasatiempo cruel, teniendo en cuenta mi situación actual. Inhumano. Despreciable. Y sin embargo, ahí me veo, con el cabello castaño de mi padre, sus ojos oscuros y el rostro de mi madre. Desprecio mi propia sonrisa al ver los patos muertos. Siento náuseas al verme a mí mismo despellejar los conejos. ¿Yo seré ese?

Me veo aprendiendo de mala gana a hacer zapatos. Veo la muerte de mi padre. Mi madre me abandona. Estoy solo. No me atrevo a salir del pueblo: ¿qué hay más allá? ¿Será peligroso? Aquí estoy bien, con mi escopeta, mis patos, mis zapatos. ¿Porqué ir más allá?

Me da asco verme a mí mismo donde mi padre empezó, haciendo malabarismos con el dinero, con una piara de chiquillos que he sacado de no sé dónde, con una mujer fea que tampoco sé de dónde ha salido. Me veo muriendo solo: mis hijos se han ido y mi mujer sólo vive para la Iglesia. Veo mi vida y una palabra me viene a la mente: fracasado. ¿Qué he hecho que merezca la pena? ¿Qué he vivido? ¿Cuántas cosas podría haber hecho, cuántos errores podría haber cometido, cuántos momentos felices podría haber vivido? ¿Va a ser esa mi vida? ¿Yo seré ese? Vuelvo a repasar todas las imágenes que, de alguna manera, han llegado a mi cabeza. Yo mismo soy una nueva vida, pero después de lo que he visto, ¿es eso una vida? Sí, una vida, al fin y al cabo, pero ¿de verdad quiero vivirla? La repaso. Me viene a la cabeza el odio de mi madre. Es el primer obstáculo que tendré que superar, y de repente mi pequeño cuerpo se estremece. Ya antes de nacer la quiero, pero ella me odia con toda su alma. No me veo capaz de soportar ese obstáculo. Mi mente vuelve entonces a la vida que me espera. No he visto ni un solo momento feliz.

- Si vivo esa vida, pienso, ¿seré feliz?

No he sido feliz cuando mi padre me cuidaba; noto que es bastante posesivo. No he sido feliz al lado de mi madre ni mucho menos; Lo que siento al matar animales no es felicidad, sino adrenalina, éxtasis, un momento pasajero de euforia que se va tal y como vino. He visto a los hijos que se supone que tendré. Tampoco saben leer, ni escribir, sólo chapotear en la tierra. Mi mujer es una profunda religiosa que pasa más tiempo en el confesionario que en casa. No tengo con qué cuidar de esos chicos. Y muero solo. ¿Algunos de esos momentos es felicidad? Ninguno lo ha sido.

Me espera una vida de fracaso. Me espera una vida de encierro. Pero por encima de todo, me espera una vida sin felicidad.

Mis manos vuelven al cordón umbilical.

<<¿Estás seguro?>>

La voz ha vuelto a sonar. Ahora me da igual de dónde venga. He visto mi vida, y por alguna razón, se me brinda la oportunidad de no vivirla. ¿Qué debo elegir?

-Antes que no ser feliz, prefiero morir.

Y de inmediato tiro del cordón umbilical, pero esta vez, hacia el otro lado. Intento morir. No hace falta. La soga de nervios se enrosca con aún más fuerza alrededor de mi cuello, destroza mis dedos, suelto la cuerda, y entonces los nervios sangrantes hacen su labor. Ya no recibo oxígeno, ni comida. Mi cuello se rompe.

 *                    *                         *

- Esto puedo complicarse mucho, señora, espérese lo peor...

La matrona viste un delantal blanco, pero que ya presenta algunas manchas de sangre. La luz blanca de la lámpara, en lo alto de la pared, la ciega. Está tumbada en la camilla, rodeada de enfermeras. El médico se le acerca.

-¿Está usted bien?

-Perfectamente.

Está perfectamente porque ya sabe qué es lo que va a ocurrir.

Nota algo entre sus piernas y la enfermera mantiene la vista baja. No se oye nada. Justo entonces entra él. Está rojo, ha venido corriendo. Antes, era hermoso. Ahora, su sola visión le da asco. Su rostro muda súbitamente de expresión al ver las caras de las matronas.

-¿Porqué no le oigo llorar?

La matrona tiene los ojos brillantes. Niega con la cabeza.

-Señores, por favor... su hijo ha nacido muerto.

Él ahoga su llanto, sus ojos comienzan a brillar, inspira hondo, quiere llorar. Las enfermeras se reúnen en grupo. El zapatero se acerca a la mujer. La coge de la mano.

-Cariño... ¿estás bien?

-Sí, cariño, estoy bien. Oye, lo siento...

-No, no ha sido culpa tuya...

Y entonces él se derrumba a su lado. Llora, sufre una convulsión, se oyen sus gemidos. Ella aparta la vista, asqueada: sus lágrimas manchan la sábana. Entonces oye el murmullo de las enfermeras con su fino oído:

-Es increíble... ¿un recién nacido estrangulado?

-Imposible, pero cierto... tiene marcas de estrangulamiento en el cuello...

- Encontré el cordón umbilical enrollado alrededor de él...

-¡No digas tonterías! ¿Cómo va a ahorcarse a sí mismo un feto con el cordón? Es científicamente imposible.

Y entonces ella sonríe mientras se aparta el pelo negro brillante de la cara, con esa sonrisa envenenada que sólo tienen las brujas. >>